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"No soy una máquina. Tengo sentimientos" -le dijo, contenido, mientras le miraba de una forma extraña; un modo de mirar que ella nunca había visto en él y que, al mismo tiempo, le asustó y conmovió.

Sin dejar de mirarla a los ojos, sujetó fuertemente sus muñecas con una mano, a la vez que ponía el dorso de la otra a la altura de sus labios.

"Bésala" -le ordenó-.

Ella así lo hizo, aún desconcertada.

Y, sin tiempo para intentar ordenar todas las ideas que se le agolpaban en su cabeza y todos los sentimientos que luchaban dentro de su corazón (la falta cometida, el arrepentimiento, la mirada de su Dueño), sintió cómo todo, ideas y sentimientos, estallaban en su mejilla, en la forma de una inesperada, sonora y, sobre todo, intensa bofetada.

Fue un shock, sin duda, algo que rompió definitivamente sus esquemas, porque ella era una mujer muy racional, creía tener las cosas claras y saber en cada momento lo que quería hacer, ... pero, al mismo tiempo, supo entonces que lo que quería era exactamente eso, que le llevaran, que le condujeran, que le castigaran; no sólo si obraba mal, sino si iba por libre, tomando decisiones que no le correspondían, porque eso era, precisamente lo que le había pedido a su Dueño que hiciera y por eso, precisamente, se había puesto en sus manos ...

Esas mismas manos que acababan de abofetearla, aclarándole de un solo golpe, seco y contundente, su confusión de ideas y ese revoltillo de sentimientos, que no sólo le hacían daño a ella sino, ahora lo sabía, también a la persona que más quería.

Esas mismas manos que ahora le descubrían un nuevo mundo, como ya lo hicieran con otros azotes y otras caricias (¿acaso no son lo mismo?).

Y sintió, al mismo tiempo, la tranquilidad de la expiación de la culpa, el agradecimiento infinito y, también, una excitación que jamás hubiera imaginado y que le presagiaba y le hacía desear ya futuros momentos de un intenso placer y una entrega absoluta.