la mujer leopardo



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la fábula


EL LEOPARDO Y LAS MONAS

No a pares, a docenas encontraba
las Monas en Tetuán, cuando cazaba,
un Leopardo; apenas lo veían,
a los Arboles todas se subían,
quedando del contrario tan seguras,
que pudiera decir: no están maduras.
El cazador, astuto, se hace el muerto
tan vivamente, que parece cierto.
Hasta las viejas Monas,
alegres en el caso y juguetonas,
empiezan a saltar; la más osada
baja, arrímase al muerto de callada,
mira, huele y aún tienta,
y grita muy contenta:
«Llegad, que muerto está de todo punto,
tanto, que empieza a oler el tal difunto.»
Bajan todas con bulla y algazara:
ya le tocan la cara,
ya le saltan encima,
aquélla se le arrima,
y haciendo mimos, a su lado queda;
otra se finge muerta y lo remeda.
Mas luego que las siente fatigadas
de correr, de saltar y hacer monadas,
levantase ligero,
y más que nunca fiero,
pilla, mata, devora, de manera
que parecía la sangrienta fiera,
cubriendo con los muertos la campaña,
al Cid matando moros en España.
Es el peor enemigo el que aparenta
no poder causar daño; porque intenta,
inspirando confianza
asegurar su golpe de venganza.
 
(FABULA XII - SAMANIEGO)



Esta fábula de Samaniego me recuerda a mi mujer-leopardo, cuando se enfrenta a las "monas" que se les ocurre hacerme alguna "monada". La cosa suele acabar como "el rosario de la aurora" o, más bien, como "la matanza de Texas", porque mi mujer-leopardo tiene una motosierra que utiliza en estos casos (así que dénse por avisadas las monas-navegantes; el que avisa no es traidor)

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