EL LEOPARDO Y LAS MONAS
No a pares, a docenas encontraba las Monas en Tetuán, cuando cazaba, un
Leopardo; apenas lo veían, a los Arboles todas se subían, quedando del contrario tan seguras, que pudiera decir:
no están maduras.
El cazador, astuto, se hace el muerto tan vivamente, que parece cierto. Hasta las viejas Monas, alegres en el
caso y juguetonas, empiezan a saltar; la más osada baja, arrímase al muerto de callada, mira, huele y aún tienta, y
grita muy contenta:
«Llegad, que muerto está de todo punto, tanto, que empieza a oler el tal difunto.» Bajan todas con bulla y algazara: ya
le tocan la cara, ya le saltan encima, aquélla se le arrima, y haciendo mimos, a su lado queda; otra se finge
muerta y lo remeda.
Mas luego que las siente fatigadas de correr, de saltar y hacer monadas, levantase ligero, y más que nunca fiero, pilla,
mata, devora, de manera que parecía la sangrienta fiera, cubriendo con los muertos la campaña, al Cid matando moros
en España.
Es el peor enemigo el que aparenta no poder causar daño; porque intenta, inspirando confianza asegurar su golpe
de venganza.
(FABULA XII - SAMANIEGO)
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Esta fábula de Samaniego me recuerda a mi mujer-leopardo, cuando se enfrenta a las "monas" que se les ocurre
hacerme alguna "monada". La cosa suele acabar como "el rosario de la aurora" o, más bien, como "la
matanza de Texas", porque mi mujer-leopardo tiene una motosierra que utiliza en estos casos (así que dénse por avisadas las monas-navegantes;
el que avisa no es traidor)
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