El hombre al que mordió un perro.
Un perro mordió a un hombre, y éste corría por todo lado buscando quien le
curara.
Un vecino le dijo que mojara un pedazo de pan con la sangre de su herida y
se lo arrojase al perro que lo mordió. Pero el hombre herido respondió:
--¡ Si así premiara al perro, todos los perros del pueblo vendrían a morderme
!
Grave error es alagar la maldad, pues la incitas a hacer más daño todavía.
El jardinero y el perro.
El perro de un jardinero había caído en un pozo.
El jardinero, por salvarle, descendió también.
Creyendo el perro que bajaba para hundirlo más todavía, se volvió y le mordió.
El jardinero, sufriendo con la herida, volvió
a salir del pozo, diciendo:
-Me está muy bien empleado; ¿quién me llamaba
para salvar a un animal que quería suicidarse?
Cuando te veas en peligro o necesidad, no
maltrates la mano de quien viene en tu ayuda.
El viajero y su perro.
Un viajero listo para salir de gira, vio a su perro en el portal de su casa estirándose y bostezando. Le preguntó
con energía:
-¿ Por qué estás ahí vagabundeando?, todo está listo menos tú, así que ven conmigo al instante.
El perro, meneando su cola replicó:
- Oh patrón, yo ya estoy listo, más bien es a tí a quien yo estoy esperando.
El perezoso siempre
culpa de los retardos a sus seres más cercanos.
El perro con campanilla.
Había un perro que acostumbraba morder sin razón.
Le puso su amo una campanilla para advertirle a la gente de
su presencia cercana. Y el can, sonando la campanilla, se fue a la plaza pública a presumir. Mas una sabia perra, ya avanzada
de años le dijo:
-- ¿ De qué presumes tanto, amigo ? Sé que no llevas esa campanilla
por tus grandes virtudes, sino para anunciar tu maldad oculta.
Los halagos que se hacen a sí mismos los fanfarrones, sólo
delatan sus mayores defectos.
El perro y el reflejo en el río.
Vadeaba un perro un río llevando en su hocico un sabroso pedazo de carne.
Vio su propio reflejo en el agua del río y creyó que aquel reflejo era en realidad otro perro que llevaba un trozo de carne
mayor que el suyo.
Y deseando adueñarse del pedazo ajeno, soltó el suyo para arrebatar
el trozo a su supuesto compadre.
Pero el resultado fue que se quedó sin el propio y sin el ajeno:
éste porque no existía, sólo era un reflejo, y el otro, el verdadero, porque se lo llevó la corriente.
Nunca codicies el bien ajeno, pues puedes perder lo que
ya has adquirido con tu esfuerzo.
El asno y la perrita faldera.
Un granjero fue un día a sus establos a revisar sus bestias de carga: entre
ellas se encontraba su asno favorito, el cual siempre estaba bien alimentado y era quien cargaba a su amo. Junto con el granjero
venía tambien su perrita faldera, la cual bailaba a su alrededor, lamía su mano y saltaba alegremente lo mejor que podía.
El granjero reviso su bolso y dio a su perrita un delicioso bocado, y se sento a dar ordenes a sus empleados. La perrita entonces
saltó al regazo de su amo y se quedó ahí, parpadeando sus ojos mientras el amo le acariciaba sus orejas.
El asno celoso de ver aquello, se solto de su jáquima y comenzó
a pararse en dos patas tratando de imitar el baile de la perrita. El amo no podía aguantar la risa, y el asno arrimándose
a él, puso sus patas sobre los hombros del granjero intentanto subirse a su regazo. Los empleados del granjero corrieron inmediatamente
con palos y horcas, ensenandole al asno que las toscas actuaciones no son cosa de broma..
No nos dejemos llevar del mal consejo que siempre dan los
injustificados celos. Sepamos apreciar los valores
de los demás.